Sibila de cumas acompañada de sus hermanos, en el Paseo del Romeral durante un Domingo de Resurrección.
Imágenes de una corporación (IV parte)
La Semana Santa es época de sentimientos, de pasión y recogimiento; en definitiva es el tiempo de la ebullición de los sentidos, de disfrutar con los reencuentros de familiares y amigos, de confraternizar en hermandad y de realizar promesas con el sacrificio de la penitencia.
Todo esto no es nuevo, nos viene desde muy atrás. ¿Quién no ha jugado de pequeño en su casa a las procesiones?, llevando un paso por el pasillo o por la cocina de la casa. Con una sencilla caja de cartón se imita al trono más elaborado y dorado de una procesión, un hermano hace el papel de capataz, otro de bastonero y el amigo o vecino algo más impulsivo, se amarra una lata de atún a la cintura y marca el paso tocando el tambor.
En la infancia y con el afán de imitar a nuestros mayores, hemos satisfecho nuestras necesidades con el juego, mostrando todo un derroche de pasión en esos momentos de esparcimiento. En la adolescencia hemos realizado pequeños grupos o cuarteles, donde compartíamos los alimentos que nuestras madres nos preparaban y realizamos nuestras primeras comidas en hermandad, encabezadas siempre por un Padre Nuestro y un Ave María.
Ha sido en ese momento, durante la mesa, donde hemos comenzado a mostrar nuestros sentimientos a los demás, a través de la palabra, recitando cuarteleras, poesías y algunos pensamientos personales que hemos querido compartir, haciéndolos públicos ante nuestros hermanos.
De esta forma hemos madurado y llegado a la edad adulta, donde la Semana Santa se convierte en algo más complejo, viviéndola desde el interior de la persona. Buscando ese lugar, ese rincón preferido desde donde ver a nuestra imagen más venerada, desde la esquina de la Calle Adriana Morales, desde la pequeña Plaza de la Iglesia del Hospital, bajo el Arco de la Calzada o desde cualquier punto de la larga calle Don Gonzalo, vemos en la fría noche primaveral como se acerca el paso, escoltado por numerosos hermanos nazarenos, que como luciérnagas en una noche de verano revolotean a su alrededor, sentimos como el gélido aire golpea nuestro cuerpo, mientras avanza lentamente el cortejo, hasta que por fin llega el paso a nuestra altura, es el momento de dedicarle un pensamiento personal, una solicitud, un deseo y entonces ya está aquí la majestuosa y piadosa talla, pasando por nuestro lado y es en este instante cuando al verla tan cerca, ocurre algo inexplicable, es como si un cálido manto nos envolviera en la fría y apasionada noche de Semana Santa.
La Mananta se llena de momentos entrañables, acompañados de amigos o familiares con largas tertulias, rodeadas de olor a canela y azahar, también hay momentos de penitencia en los que desde el amanecer hasta la tarde alumbraremos a Jesús, algunos descalzos, otros con capucha y cruz, pero todos con aroma de incienso cumplen su promesa, para agradecer ese deseo, esa esperanza de vida propia o de un ser querido, en definitiva el poder estar un año más contigo.
Otra forma de vivir la Semana Santa es debajo de un rostrillo, donde se mezcla el sudor y el salitre en plena penitencia, desfilan durante horas los hermanos en silenciosas hileras bíblicas, desde el anonimato algunos también van descalzos y todos portan atributos, para realizan la reverencia a Jesús de Nazareno, al mismo tiempo que disfrutan por tener el privilegio de poder vestirse de figura una sola vez, durante un año entero.
En la imagen se muestra a la mítica Sibila de Cumas delante del paseíto del Romeral, con la Plaza de Abastos al fondo. La figura se encuentra arropada por dos hermanos de la corporación, el de la izquierda es Francisco Pino Muriel, Sibilero hasta los huesos y siempre acudía puntualmente a la Semana Santa Pontana, aunque vivía fuera por causas laborales. A la derecha nos encontramos a Francisco Castillo Benítez con gafas, siendo Justicia su figura favorita, posteriormente los hermanos bajarían la Calle Horno para dirigirse al cuartel, que por aquellos entonces estaba ubicado en la Calle Santa Catalina.
La fotografía corresponde a un domingo de resurrección y podemos fecharla en el año 1958, gracias a la curiosa portada del fondo que se construyó para la caseta del Casino Liceo, ubicada siempre en el Paseo del Romeral, dicha obra se realizó en agosto de 1957. Por aquellos años existía un concurso de albañilería, para construir las portadas de las casetas, que iban desde el Romeral hasta el Tropezón, utilizando las bocacalles para las mismas.
Dicha portada constaba de dos arcos de medio punto a los lados y una portada de mayor tamaño en el centro, encabezada en el centro con el escudo de la Villa en ambas caras, luego se mantuvo en pie durante más de un año y estuvo presente en diferentes eventos de la población. Por ejemplo en la procesión de las Santas Misiones del 8 de diciembre de 1957, donde aportó seriedad al acto y más tarde en esta Semana Santa del 58, donde fueron numerosos pontanenses los que se retrataron.