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El chico de ayer
pontanés



Las calles mojadas te han visto crecer...
Las calles mojadas te han visto crecer..., Santa Catalina y Plaza de Lara.

El chico de ayer pontanés

Me asomo a la ventana eres la chica de ayer… Quién no ha escuchado esta canción, Dios mío. Sí, la de Antonio Vega, todo un clásico de los 80 con su “movida”. Ahora que se cumple el primer aniversario de su fallecimiento uno recuerda más intensamente su capacidad creativa y su hiper-sensibilidad. Nadie como él supo plasmar en una canción las dudas y conflictos existenciales de adolescentes en el paso de la vida. Yo, al igual que muchos de mi generación, me identifico mucho con esta pieza musical no sé si debido a que mi infancia se sitúa en esa década mágica o a que me atrapa el contenido de la letra. Me encanta la parte “las calles mojadas te han visto crecer”: porque la vida pasa, pero las calles aunque llueva quedan. Quedará la calle La Plaza, la calle Aguilar, la Matallana … por supuesto. Y ellas te han visto nacer, crecer… y mejor no sigo. Irrefutable verdad.

Y en éstas imagino eso, un chico joven, en la pubertad. Feliz, inocente y despreocupado en su bicicleta (una G.A.C. motoretta de hace un par de décadas, por ejemplo), él dando pedaladas en el imaginario trayecto de la vida, con tan sólo una mochila a los hombros. Portando en su interior poca cosa: “chuches” de “Carlitos” y de “Seferina”, un Mortadelo y un Superlópez del kiosco del Romeral, y un mazo de cromos que compró con un resto de paga de la tarde anterior.


A lo lejos nuestro personaje parece vislumbrar una figura estática en el camino. Cuando se acerca a ella ésta le da el alto. Qué ocurre, pregunta resuelto el chico. Debes detenerte chaval, farfulla el tipo (de unos cincuenta años de edad, desaliñado el aspecto, sucio el pelo). Pronto serás mayor de edad y nuevas responsabilidades y derechos te serán concedidos. ¿Y para decirme eso detienes mi trayectoria?, le reprocha el joven. Y tanto, le responde el extraño. A esta altura del camino vital el cambio de mochila es obligatorio, tengo otra preparada para tí. Sé lo que portas en la tuya. Imagino que poca utilidad vas a encontrar en las chuches y cómics a partir de ahora.

¿Y qué guarda en su interior la nueva mochila que ofreces?, planteó el zagal. Puff, respondió el sabio, varios tetrabriks de leche en mal estado. Has de saber que te asomas a una ruta de la vida donde no existe la compasión, las críticas formaran parte de tu día a día, tendrás con suerte un amigo de verdad al final de la vida, y las envidias y “puñaladas por la espalda” presidirán tu carrera profesional. Por eso te hará falta “mala milk exógena” mientras tu organismo la produce “endógena”.
Ten presente que te adentras en un mundo globalizado de un capitalismo atroz, hipercompetitivo, donde para optar a las comodidades del estado del bienestar has de estar previamente preparado emocional y psicológicamente. Manteniendo la inocencia serás pronto devorado.

Tras escuchar el discurso el chico se giró volviendo la vista atrás. En ese momento comprobó que el terreno que había recorrido se desvanecía en las profundidades del cosmos como un azucarillo. Fue ahí cuando tragó saliva y en un arrebato de coraje se desembarazó de su mochila para tomar la del sabio sumergido de un elocuente silencio. ¿Y por qué no me ha hecho falta antes tu mochila?, acertó a preguntar el adolescente. Pues –contestaba el hombre mayor como esperando la pregunta- porque anteriormente has sido un ser irrelevante a efectos de la maquinaria social, una criatura básicamente protegida por el entorno más cercano cuya opinión no se tenía demasiado en cuenta. A partir de ahora comprobarás en tu piel las palabras del filósofo: homo homini lupus. El hombre es un lobo para el hombre.

Cuando el chico valerosamente se dispuso a reemprender la marcha escuchó: ¡espera aún!. Un único mensaje me resta por hacerte llegar. Llevarás contigo una fuerza interior que jamás te traicionará y que te ayudará a decidir en tus momentos más críticos: la conciencia. Escucharla te mantendrá lejos del peligro.

El extraño miró a los ojos inmóviles del chaval y le regaló una mueca de ánimo. Tras una cariñosa palmada en la espalda el muchacho empezó de nuevo a pedalear.